26 mar 2010

"Acuerdate" Juan Rulfo

Por ahí he escuchado que este cuento de Juan Rulfo ocasiona debates, todo por el Árbol genealógico que se va desenredando en el mismo.
Juan Rulfo al ser uno de mis Favoritos y mi excesiva curiosidad me llevaron a hacer mi propio organigrama.
Aquí les dejo el cuento que más bien es un monologo.
(Y solo para aclarar, Juan Rulfo junto a Pedro Paramo y su Infierno en Cómala, fueron los causantes de mi primer libro robado de una biblioteca, esto lo digo para que no afirmen que no conozco a mi Juanito, jeje)

Acuérdate
Juan Rulfo

Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquél que dirigía las pastorelas y que murió recitando el "rezonga ángel maldito" cuando la época de la gripe. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos "el Abuelo" por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba un ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban fuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Esa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.

Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre música y coros de monaguillos que cantaban "hosannas" y "glorias" y la canción esa de "ahí te mando, Señor, otro angelito". De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años.

La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito con las vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba gritos y decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les endulzara la boca a sus hijos".

Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no se supo ya de ella.

Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos. Nos traficaba a todos, acuérdate.

Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas refinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio.
Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.

Quizá entonces se vio malo, o quizá ya era de nacimiento.

Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre el rizón de todos, pasándolo por una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándolos a todos con la mano y como diciendo: "Ya me las pagarán caro".

Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote.

Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.

Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo.

Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.

Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando las campanas todavía estaban tocando el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos y la gente que estaba en la Iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo tendido.

Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.

Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran.

Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.

FIN

22 mar 2010

Club edad de oro


Hoy cumpliendo actividades que no son tan relevantes para mi trabajo y que se encuentran bajo el rubro “alguien tiene que hacerlas”, deje mi te con crema con el caliente justo en el coche, para sumergirme en un mundo que desconocía, algo que no me esperaba.
Partí con las actividades clásicas unas cuantas fotografías sin avisar agua va, trate de poner atención para saber en qué mundo me había metido, escuche con la curiosidad aunada al morbo.
Después de tomar las fotografías de ley me di el gusto de tomar con mi lente los espacios que me parecían curiosos, tome fotografías de las canas de los adeptos al club edad de oro, capture la piel con manchas por la edad, sombreros de rancho e inquietud en dedos con artritis.
Satisfaciendo mi afición por la fotografía, me vi vergonzosamente descubierta cuando la moderadora de la junta me presento sin avisarme, tuve que saludar a la audiencia bajo el término “la niña de la revista” todos aplaudieron acosando a mi nerviosismo, me llamaron al frente entre aplausos y después todos casi hambrientos por un poco de promoción me querían contar sus historias que la verdad no dudo que existan y sean dignas de ser contadas, me senté al lado de “lupita” quien me conto como apenas la semana pasada recibió el premio de ciudadana del año por su labor social, vi en sus ojos verdes y cristalinos todo el orgullo de los años anteriores, presencie como le apasiona compartir reflexiones a sus amigos, escuche gustosa las historias de sus compañeros del club, reí junto a ellos al escuchar los chistes que se burlaban de la edad, fui reconocida por un ex maestro de historia de la secundaria el cual se acerco al saludarme amablemente y mientras me hablaba de las revistas de su época me dijo “tu cara no cambia” el cual al despedirse solo me aconsejo “adelante no desmayes”. Fui invitada a sus siguientes eventos y acogida con la única esperanza de ser acompañados.
Fue una mañana tan tardía como amena, pude ver y ser distinta a la mayoría, rejuvenecí entre ellos, “los senadores de la antigua Grecia” definidos así por su propia tesorera, entendí que mucho falta para asistir a su gran club pero me dejo deseosa de escuchar mas historias viejas y muchos nuevos anhelos.

Podcast "La pequeña soñadora"

Mitos sobre la luna y Jaime Sabines "Imaginantes"

Se podra???